울리카
그는 검 <그램>을 집어들고 칼집에서 검을 뽑아
그들 사이에 놓았다.
『볼숭사가』 29.
내가 하려고 하는 이 이야기는 사실에 충실한 것이다. 아니 적어도 그것에 대한 나의 기억만큼은. 그 사건이 일어난 지는 그다지 오래되지 않는다. 그렇지만 문학은 관행상 그것에 상세한 세부 묘사를 가하고, 중요점들을 강조한다. 나는 요크 시에서 이루어졌던 울리카와의 만남에 대해 이야기하고자 한다(나는 그녀의 성이 무엇인지 몰랐고, 아마 결코 그것에 대해 알지 못하게 될 것이다). 이야기는 하룻밤과 그 다음날 아침에 걸쳐 전개된다.
그녀와 처음 만났던 곳이 크롬웰의 성상파괴주의자들이 존경을 표시했던 그 모든 이미지들을 품고 있는 색유리 창들을 가진 요크의 <다섯 자매회> 건물이었다고 말하는 것은 문학적으로 매우 자연스러운 일이다. 그러나 실제로 내가 그녀를 만났던 곳은 <노던 인>(여관 이름)의 라운지였다. 그곳은 성의 반대편에 자리잡고 있었다. 그날 그곳에 모여 있던 사람은 몇 안 되었는데 그녀는 사람들로부터 등을 돌린 채 서 있었다. 누군가가 그녀에게 술을 한 잔 권했지만 그녀는 그것을 거절했다.
「나는 페미니스트예요ㅡ그녀가 말했다ㅡ나는 남자들의 뒤를 좇는 사람이 아니에요. 나는 그들이 즐기는 담배나 술을 혐오해요」
그녀는 유머라고 생각하고 그렇게 말한 것 같았고, 그것도 한두 번 그렇게 했던 게 아닌 것 같았다. 나는 나중에 그것이 그녀의 특징적인 모습이 아니라는 것을 알게 되었다. 그러나 어떤 사람이 말하는 것과 꼭 일치하는 것은 아니잖는가.
그녀는 박물관에 늦게 도착했으나 자신이 노르웨이 사람이라는 것을 알고 들어가도록 해주었다고 말했다.
한 사람이 끼어들었다.
「요크에 노르웨이 사람이 온 것은 처음이 아니지요」
「당연하지요ㅡ그녀가 말했다ㅡ원래 영국은 우리의 것이었는데 잃어버렸기 때문이죠. 누군가 어떤 것을 가질 수 있고, 그것을 잃어버릴 수 있는 것처럼 말이에요」
「콜롬비아 사람이라는 것의 의미가 뭔데요?」
「마치 누군가가 노르웨이 사람인 것처럼요」
「들어봐요. 새 한 마리가 울려고 하는 것 같은데」
곧 우리는 새의 울음소리를 듣게 되었다.
「지구상에서ㅡ나는 말했다ㅡ죽음을 눈앞에 둔 사람은 미래를 예견할 수 있다던데」
「나는 곧 죽게 될 거예요」
그녀가 말했다.
나는 어리둥절해 그녀를 쳐다보았다.
「숲을 가로질러 가요ㅡ내가 그녀에게 제안했다ㅡ그러면 토게이트에 보다 빨리 도착할 수 있을 거예요」
「숲은 위험해요」 그녀가 말헀다.
우리는 계속 황무지를 가로질러 갔다.
「나는 이 순간이 영원히 지속되었으면 하는 생각이오」 내가 낮은 목소리로 말했다.
「<영원히>라는 말은 인간들에게는 허용되지 않는 말이에요」
울리카가 말했다. 그리고 넌무 강렬하게 말했다 싶었던지 정확히 못 들었던 것 같은 내 이름을 되풀이해 물었다.
「하비에르 오따롤라예요」
내가 말했다.
그녀는 내 이름을 발음해 보려고 했으나 성공하지 못했다. 나 또한 그녀의 원이름인 율리케를 제대로 발음할 수가 없었다.
「나는 당신을 시구르트라고 부르겠어요」
그녀가 미소를 지으며 말했다.
「만일 내가 시구르트라면ㅡ내가 말했다ㅡ당신은 브린힐트겠네요」
JORGE LUIS BORGES
Hann tekr sverthit Gram ok leggr i methal theira bert.
Völsunga Saga, 27
Mi relato será fiel a la realidad o, en todo caso, a mi recuerdo personal de la realidad, o cual es lo mismo. Los hechos ocurrieron hace muy poco, pero sé que el hábito literario es asimismo el hábito de intercalar rasgos circunstanciales y de acentuar los énfasis. Quiero narrar mi encuentro con Ulrica (no supe su apellido y tal vez no lo sabré nunca) en la ciudad de York. La crónica abarcará una noche y una mañana.
Nada me costaría referir que la vi por primera vez junto a las Cinco Hermanas de York, esos vitrales puros de toda imagen que respetaron los iconoclastas de Cromwell, pero el hecho es que nos conocimos en la salita del Northern Inn, que está del otro lado de las murallas. Eramos pocos y ella estaba de espaldas. Alguien le ofreció una copa y rehusó.
-Soy feminista -dijo-. No quiero remedar a los hombres. Me desagradan su tabaco y su alcohol.
La frase quería ser ingeiosa y adiviné que no era la primera vez que la pronunciaba. Supe después que no era característica de ella, pero lo que decimos no siempre se parece a nosotros.
Refirió que había llegado tarde al museo, pero que la dejaron entrar cuando supieron que era noruega.
Uno de los presentes comentó:
-No es la primera vez que los noruegos entran en York.
-Así es -dijo ella-. Inglaterra fue nuestra y la perdimos, si alguien puede tener algo o algo puede perderse.
Fue entonces cuando la miré. Una línea de William Blake habla de muchachas de suave plata o furioso oro, pero en Ulrica estaban el oro y la suavidad. Era ligera y alta, de rasgos afilados y de ojos grises. Menos que su rostro me impresióno su aire de tranquilo misterio. Sonreía fácilmente y la sonrisa parecía alejarla. Vestía de negro, lo cual es raro en tierras del Norte, que tratan de alegrar con colores lo apagado del ámbito. Hablaba un inglés nítido y preciso y acentuaba levemente las erres. No soy observador; esas cosas las descrubrí poco a poco.
Nos presentaron. Le dije que era profesor en la Universidad de los Andes en Bogotá. Aclaré que era colombiano.
Me preguntó de un modo pensativo:
-¿Qué es ser colombiano?
-No sé -le respondí-. Es un acto de fe.
-Como ser noruega -asintió.
Nada más puedo recordar de lo que se dijo esa noche. Al día siguiente bajé temprano al comedor. Por los cristales vi que había nevado; los páramos se perdían en la mañana. No había nadie más. Ulrica me invitó a su mesa. Me dijo que le gustaba salir a caminar sola.
Recordé una broma de Schopenhauer y contesté:
-A mí también. Podemos sair los dos.
Nos alejamos de la casa, sobre la nieve joven.
No había un alma en los campos. Le propusé que fuéramos a Thorgate, que queda río abajo, a unas millas. Sé que ya estaba enamorado de Ulrica; no hubiera deseado a mi lado ninguna otra persona.
Oí de pronto el lejano aullido de un lobo. No he oído nunca aullar a un lobo, pero sé que era un lobo. Ulrica no se inmutó.
Al rato dijo como si pensara en voz alta:
-Las pocas y pobres espadas que vi ayer en York Minster me han conmovido más que las grandes naves del museo de Oslo.
Nuestros caminos se cruzaban. Ulrica, esa tarde, proseguiría el viaje hacia Londres; yo, hacia Edimburgo.
-En Oxford Street -me dijo- repetiré los pasos de Quincey, que buscaba a su Anna perdida entre las muchedumbres de Londres.
-De Quincey -respondí- dejó de buscarla.
Yo, a lo largo del tiempo, sigo buscándola.
-Tal vez -dijo en voz baja- la has encontrado.
Comprendí que una cosa inesperada no me estaba prohibida y le besé la boca y los ojos.
Me apartó con suave firmeza y luego declaró:
-Seré tuya en la posada de Thorgate. Te pido mientras tanto, que no me toques. Es mejor que así sea.
Para un hombre célibe entrado en años, el ofrecido amor es un don que ya no se espera. El milagro tiene derecho a imponer condiciones. Pensé en mis mocedades de Popayán y en una muchacha de Tezas, clara y esbelta como Ulrica que me había negado su amor.
No incurrí en el error de preguntarle si me quería. Comprendí que no era el primero y que no sería el último. Esa aventura, acaso la postrera para mí, sería una de tantas para esa resplandeciente y resuelta discípula de Ibsen.
Tomados de la mano seguimos.
-Todo esto es como un sueño -dije- y yo nunca sueño.
-Como aquel rey -replicó Ulrica- que no soñó hasta que un hechicero lo hizo dormir en una pocilga.
Agregó después.
-Oye bien. Un pájaro está por cantar.
Al poco rato oímos el canto.
-En estas tierras -dije-, piensan que quien está por morir prevé el futuro.
Y yo estoy por morir -dijo ella.
La miré atónito.
-Cortemos por el bosque -la urgí-. Arribaremos más pronto a Thorgate.
-El bosque es peligroso -replicó.
Seguimos pos lor páramos.
-Yo querría que este momento durara siempre -murmuré.
-Siempre es una palabra que no está permitida a los hombres -afirmó Ulrica y, para aminorar el énfasis, me pidió que le repitiera mi nombre, que no había oído bien.
-Javier Otálora- le dije.
Quiso repetirlo y no pudo. Yo fracasé, parejamente, con el nombre de Ulrikke.
-Te llamaré Sigurd- declaró con una sonrisa.
Si soy Sigurd -le repliqué- tu serás Brynhild.
Había demorado el paso.
-¿Conoces la saga?- le pregunté.
-Por supuesto -me dijo-. La trágica historia que los alemanes echaron a perder con sus tardíos Nibelungos.
No quise discutir y le respondí:
-Brynhild, caminas como si quisieras que entre los dos hubiera una espada en el lecho.
Estábamos de golpe ante la posada. No me sorprendió que se llamara, como la otra, el Northern Inn.
Desde lo alto de la escalinata, Ulrica me gritó:
-¿Oíste el lobo? Ya no quedan lobos en Inglaterra. Apresúrate.
Al subir al piso alto, noté que las paredes estaban empapeladas a la manera de William Morris, de un rojo muy profundo, con entrelazados frutos y pájaros. Ulrica entró primero. El aposento oscuro era bajo, con un techo a dos aguas. El esperado lecho se duplicaba en un vago cristal y la bruñida caoba me recordó el espejo de la Escritura. Ulrica ya se había desvestido. Me llamó por mi verdadero nombre, Javier. Sentí que la nieve arreciaba. Ya no quedaba muebles ni espejos. No había una espada entre los dos. Como la arena se iba al tiempo. Secular en la sombra fluyó el amor y poseí por primera y última vez la imagen de Ulrica.